Hace años fui panadero y aun purgo mis pecados

El consumo mundial per capita de azúcar en el último siglo ha aumentado hasta cotas alarmantes, lo cual repercute de manera perjudicial en la salud.

La segunda mitad de mi último año de carrera lo cursé en Dublín, allí trabajaba por las mañanas en un SPAR, un supermercado pequeño abierto hasta altas horas de la noche. En mi primer día de trabajo un lunes por la mañana a eso de las siete, me instruyeron en la que sería una de mis tareas cotidianas: preparar el pan y la bollería.

Teniendo en cuenta que aprendí todo lo necesario en apenas una hora, entenderéis que no era un trabajo muy complicado, de hecho hacer todo aquel pan apenas me llevaba un par de horas y después tenía que ponerme con otras tareas (que dan para otro artículo).

Para ser sinceros, yo no fui panadero… fui un humilde Operario de Descongelación de Pan… poco mérito había en convertir todas aquellas esmirriadas masas grisáceas congeladas, en vistosos panes, bollos y magdalenas, sólo tenía que meterlas en un horno enorme que había en la trastienda durante el tiempo que indicaban las instrucciones -escritas a mano en un papel roído pegado en la pared- y tirar de una palanca a veces si a veces no (aun hoy sigo intrigado sobre si esa palanca hacía realmente algo).

Eso no era sano, ya no porque en ningún momento de mi apresurado aprendizaje nadie me advirtiera que debía lavarme las manos antes de manipular aquello (aunque lo hacía), no porque la cámara frigorífica donde se guardaba todo estuviera a reventar y de tanto meter y sacar las cajas con las masas éstas terminaran desquebrajadas y las magdalenas y croissants congelados acabaran desparramados por el suelo en más de una ocasión… aquello no era sano, ni normal, porque la alimentación debería ser otra cosa.

Pero de eso hace ya diez años y desde entonces yo he engordado más de diez kilos, si bien esto último ha ocurrido en apenas dos años. Por suerte empiezo a perder peso gracias a un libro que me recomendó Pablo escrito por Michel Montignac y que no fue necesario comprar pues encontré una de sus primeras ediciones en casa de mis padres.

Leyéndolo he comprendido que mis kilos extra no son más que el pago de mis pecados por todo aquel pan que preparé y vendí en dudosas condiciones higiénico-sanitarias durante aquellos meses en Irlanda.

Y es que las harinas refinadas con las que están fabricados todos estos productos son la pólvora que nuestra vida sedentaria prende y estalla en forma de fardo abdominal. El pan de molde, la bollería industrial, las pastas, los refrescos azucarados, las galletas, mermeladas, golosinas, helados… son un verdadero problema, como reza Montignac en uno de sus capítulos: El azúcar es un veneno.

Más allá de todas las explicaciones científicas -que pueden leerse en el libro, que desde ya os recomiendo-, lo cierto es que si el sentido común nos lleva a no eliminar ningún alimento de la pirámide nutricional y a apostar por el “comer de todo pero con moderación” como recomienda el cardiólogo Valentín Fuster lo cierto es que con el azúcar se nos ha ido la mano:

En 1789 los franceses consumían apenas 1 kg de azúcar por persona y año, en 1880 la cantidad ya ascendía 8 kg, en 1900 eran 17 kg. De 1950 al 1990 el consumo anual mundial de azúcar pareció estabilizarse entorno a los 21 kg. En la actualidad los países desarrollados consumen cerca 36 kg. per capita.

Cómo adelgazar en comidas de negocios
Michael Montignac – Mucnick Editores

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