Archivamos la última película de Woody Allen en el selecto grupo de mis favoritas.
Me encantan las películas de Woody Allen, tal vez ahora aun más ya que me hacen pensar en cosas de las que no consigo hablar ni escribir, aunque me gustaría y antes lo hacía.
Como los buenos libros, la lectura de las películas de Woody Allen siempre es muy personal… se disfrutan viéndolas, pero cada uno las entiende a su manera, como resume Álvaro hablando sobre la magnífica Vicky Cristina Barcelona »La identificación con un personaje de celuloide es el motor de vuelo de la imaginación«… aunque a veces ni siquiera es necesario que tú mismo te identifiques con un personaje, basta con que identifiques a alguien importante en tu pasado o presente para que una historia cobre sentido en ti.
Así, ni Álvaro, ni mi hermana, ni mis padres, ni la novia de Pablo vieron la misma película que yo, aunque casi todos la disfrutaron por una u otras razones.
Mientras que veía la película a mí no dejaba de venirme una imagen a la cabeza: el cubo perfecto en el que constantemente intentamos encerrar nuestra caótica existencia, fabricada del mismo material del que se compone el cosmos.
Las películas de Woody como la vida misma, tienen varias lecturas… y cada uno aprende sus lecciones. En lo que yo llevo vivido he aprendido que a la gente no se la conoce hablando sino observando, que las personas pueden cambiar pero no cuando tú quieres y que no elegimos ni a quién queremos, ni en quién confiamos… y que eso nos libera de muchas responsabilidades salvo tal vez la más difícil: elegir con quién realmente queremos estar.
Todas estas son mis verdades, en las que yo elijo creer y entiendo que no sean verdades universales de las que se enseñan en los colegios… y pese a que a otros creer en ellas les ayudaría a sobreponerse a algunas situaciones y disfrutar más de otras… sé que es imposible transmitirlas porque como las buenas películas, la vida y sus lecciones, cada uno las entiende a su manera.