hobbies y trabajo

Este fin de semana ha sido una vuelta a mi infancia, con motivo de la boda de Pablo me fui en tren a Albacete: la ciudad en la que viví de los 6 a los 12.

Aquella época en Albacete la recuerdo con mucho cariño. En esos años descubrí la amistad, la faceta de mi vida de la que tal vez más orgulloso me sienta y al mismo tiempo en la que más afortunado he sido.

En Albacete mis dos «primeros» mejores amigos habían nacido el mismo día, lo cual me llevaba a difíciles decisiones el día de sus cumpleaños: uno era Pablo (el ya casado) y el otro era Álvaro Richarte, a quien después de 20 años me encontré en la boda.

De Pablo no hablaré más porque bastante he dicho, me centraré en el segundo y resumiré diciendo que para mi Álvaro era un auténtico fenómeno… de otra manera nunca hubiera podido ser amigo mío, porque sin pretenderlo desde siempre he sido extremadamente selecto eligiendo mis amistades, compartiendo todas ellas una constante: admiro profundamente a todos mis amigos.

Así la gente de mi entorno queda dividida en la gran masa (the pile of bodies), la gente que evito, la que ignoro, lo que aprecio y la que admiro. Entre este último grupo se cuentan mis amigos y aquellos que me gustaría que algún día llegaran a serlo.

Como decía, Álvaro era un fenómeno: dibujaba muy bien y tenía una imaginación desbordante, compartía conmigo la pasión por los ordenadores, pero en su caso él no sólo jugaba horas y horas al ZX Spectrum sino que además diseñaba y programaba sus propios juegos. Por esas y otra muchas razones para mi Álvaro era lo más y sólo Pablo estaba a su nivel, en el olimpo de la excelencia (curiosamente ellos dos para mi desgracia no se llevaban bien, hasta que yo me volví a Madrid… entonces les dio por hacerse amigos).

Charlando en la boda con Álvaro he tenido la molesta ocurrencia de recordarle todas aquellas aficiones que él tenía y que yo admiraba. Me ha impactado que me dijera que las había aparcado todas ellas: dejó de pintar, dejaron de interesarle los ordenadores… Hay que aclarar que no es que el tío sea un tirado: estudió forestales, sacó adelante una dificil oposición y ha seguido progresando con éxito por ese camino, seguramente su carrera profesional es lo que millones de madres sueñan para sus hijos, pero yo si no fuera porque mide más de dos metros le habría estrangulado ahí mismo por haber dejado de dibujar…

Me comentó que llegado el momento, cuando tuvo que elegir carrera decidió no convertir en trabajo sus hobbies y opto por algo -la naturaleza- que siempre le había interesado, tal vez por los largos veranos que pasaba en Riópar, el pueblo de sus padres… «Por eso estudié la ingeniería en lugar de Bellas Artes, Arquitectura o Informática»

Un razonamiento bastante contundente, que estoy seguro que tuvo en una época en la que yo andaría atontolinao, sin rumbo y donde elegí la carrera que decidieron mis padres. Lo que nadie le dijo a Álvaro es que eso que llaman tiempo, que a esas edades te rebosa hasta por los bolsillos… cinco ó diez años después pasaría a convertirse en nuestro bien más escaso y preciado, tanto que es difícil rascar el suficiente para dedicarlo a nuestros hobbies, salvo que los hayamos convertido en parte de nuestro trabajo.

«Tal vez me equivoqué…» -se planteaba en voz alta Álvaro- y la conversación quedo ahí. Supongo que Álvaro no se equivocaría, de hecho estoy seguro de que fue una decisión acertada en aquel momento, pese a todo yo sigo deseando estrangularle por haber dejado de dibujar.


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