Proceso psíquico de liberación de impulsos reprimidos o de una tensión afectiva, ligada a un hecho traumático.
Mi amigo Pablo me contaba que el otro día llegó a casa y que nada más abrir la puerta le abofeteó un olor nauseabundo. Me puedo imaginar a Pablo recorriendo su casa, debatiéndose entre el deseo irrefrenable de taparse la nariz y la boca para que toda esa pestilencia no entrase en sus pulmones… y la necesidad imperiosa de seguir teniendo que recurrir a su olfato embotado para descubrir el foco del problema.
Al parecer todo provenía de una lata de perdices en escabeche que literalmente había explotado dentro de su despensa, debió de tratarse de algún tipo de defecto en el enlatado ya que aun faltaban un par de años para la fecha de caducidad… quién sabe, tal vez algún pequeño agujero en la lata o algún fallo en el proceso de vacío. El caso es que aquella lata y su putrefacto inquilino es muy probable que llevaran ya muchos meses en mal estado, fermentando y generando gases que sin encontrar salida por ningún lado se conformaban con ir dilatando desde el interior aquella lata, día, tras día, tras día… en silencio, sin descanso.
Si lo piensas… pese a lo desagradable del incidente y el posterior proceso de limpieza, Pablo y su mujer Ana son afortunados. Si aquella bomba de relojería a presión hubiese durado un par de semanas más, puede que una tarde de domingo cualquiera se les hubiera antojado un poquito de perdiz en escabeche… y entonces sí que se hubieran convertido en gloriosos testigos directos de la explosión. Puedo imaginarme esa perdiz putrescente eclosionando de la lata, con un contundente sonido gaseoso, embadurnándolo todo y a todos.
Sí, sin duda son una pareja afortunada.