Tal vez eso sea la nube, disponer de recursos ilimitados, replicados en decenas de sitios, encriptados, paquetizados en unidades lógicas… donde todo es ficticio. Te logueas en un sistema operativo, pero realmente no te estás conectando a ningún ordenador, sino que abres una instancia en un super-equipo que gestiona un montón de peticiones al mismo tiempo.
Ya no compras un ordenador, te facturan por horas la capacidad de proceso que consumes, la TB que ocupan tus archivos, los Kbs que transmites… y te facturan un precio distinto dependiendo de si esa información aterriza en USA, Europa, Asia… todo es muy complejo, todo es etéreo, como arena que intentas mantener en tu mano y persiste en escaparse entre tus dedos.
Todo es muy complejo, tanto que aun explicado con pasión, consigue aburrir a la mayoría. Sería el futuro, si no fuera ya el presente… un presente sólo contenido por el limitado número de direcciones IP sobre el que está asentado actualmente el Internet que conocemos (algo que se espera quede superado con IPv6) y por el escaso ancho de banda con el que aun nos conectamos.
El primer factor limita el número de dispositivos que pueden estar conectados a la red, en un futuro próximo todo nos vendrá con una dirección IP fija de fábrica (y podremos saber si nos queda leche en el frigorífico comunicándonos directamente con él a través de nuestro móvil), el segundo limita la cantidad, calidad y rapidez a través de la cual fluirá la información por la red, cuando el ancho de banda mejore nada impedirá que podamos jugar a un juego de consola… sin disponer ni del juego, ni de la consola en nuestro hogar, sólo tendremos que abrir una sesión en un servidor a miles de kilómetros y pagar un precio por minuto jugado (y por supuesto no habrá `lag´)
Un futuro tan complejo como apasionante.