La derrota siempre te espera en las cuestas

Este blog ha sido testigo de mi nueva «etapa deportiva» que comenzó a principios del 2009, como prueba de ello aquí los artículos principales:

Corredores gordos, lesiones aseguradas
Un truco: platos pequeños, tazas pequeñas, vasos pequeños
Recuperando la forma física a partir de los 30
Las rutas a pie de Google Maps
Recuperando la forma física: un paseo largo a la semana
Retomando buenos hábitos: la vuelta al gimnasio

El deporte en estos últimos casi 4 años se ha convertido en mi mejor aliado, en el plano no sólo físico sino también mental, estoy plenamente convencido de que los ejercicios aeróbicos (andar, montar en bicicleta, nadar… y especialmente correr) afectan de manera muy posítiva al cerebro, es como si lo oxigenaran provocando que se re-activen zonas que habían quedado abandonadas, adormecidas, atrofiadas… Evidentemente no tengo ningún tipo de dato científico que avale mi teoría, asi que esto cae más en el territorio del mito que del logos, pero esa al menos ha sido mi experiecia personal.

Actualmente mi semana ideal es en la que consigo hacer dos carreras de 5 km que me llevan unos 30 minutos y dos visitas de una hora al gimnasio para hacer pesas, es decir, que al final sólo le estoy dedicando unas 3 horas a la semana y aun «siendo poco», los beneficios son evidentes.

No obstante, el título de este post va en otra dirección y es que este mes de septiembre he intercalado dos carreras nocturnas de 10 km… lo que para un corredor mediocre como yo supone estar trotando durante algo más de una hora, una oportunidad excelente para reflexionar sobre cosas absurdas como «qué haría si me persiguieran ahora 100 zombies» y cosas similares.

No obstante entre jadeo y jadeo, tuve algo asi como una mini-revelación, y es que me di cuenta de que siempre que me asaltaban pensamientos derrotistas «para ya», «da la vuelta en esta esquina y vuelve para casa», «anda un poquito»… siempre que mi mente me animaba a tirar la toalla, siempre estaba subiendo una cuesta.

Es decir, que cuando llaneo o voy cuesta abajo esos pensamientos nunca hacen acto de presencia. Con esto supongo que acabo de ganarme el título oficial de Capitan Obvio para el resto de mis días, pero saber que se acerca una cuesta y que con ella se manifestará la peor versión de tu «espiritu deportivo», te garantiza una ligera sensación de control. Supongo que es como si un epiléptico supiera que en 10 minutos le va a dar una ataque, probablemente se tumbaría en el suelo, se pondría un cojin en la cabeza, avisaría a alguien…

Más allá de la mera prevención, cuando todos esos pensamientos asaltan tu cabeza es tranquilizador el poder decirte a ti mismo «es normal, estoy corriendo cuesta arriba… allí veo que la cuesta termina y todo empezará a mejorar». Todos estos pensamientos correctivos lo que consiguen es modelar tu forma de afrontar las cuestas, hasta llegar al punto en que hasta disfrutas con ellas (a veces).

Termino dando un último giro de tuerca, ya que la cuesta, el obstáculo, la piedra en el camino, no deja de ser una metáfora de las dificultades que nos encontramos a lo largo de nuestra vida… donde nosotros a través del control de nuestros pensamientos tenemos la capacidad de suavizar el impacto de acontecimientos negativos, incluso hasta el punto de convertirlos en algo positivo: un reto, una posibilidad de demostrarte a ti mismo que eres más fuerte de lo que crees, una oportunidad de superación.

En última instancia lo importante no es la cuesta sino la forma en la que tú te enfrentas a ella… podría ser el resumen de mi interpretación personal de la Psicoterapia Racional Emotiva de Albert Ellis, que inspira libros como «Ayudarse a si mismo» de Lucien Auger o «La inutilidad del sufrimiento» de Mª Jesús Álava Reyes.

Al igual que en su día conté por aquí como el judo que había practicado en mi infancia me salvó de una buena caida corriendo, esta vez son los libros de autoayuda que lei hace años los que vuelven a mi memoria para echarme una mano con las cuestas de la vida.


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