Un brindis por los señores que te regañan en plena calle

Vinimos a pasar el fin de semana a Salamanca para visitar a mis suegros, por supuesto a mi hija el cambio de localización no le altera sus hábitos y se ha seguido levantando a las 7 de la mañana `sharp´ como de costumbre. Así que a eso de las 10 en pleno domingo, con cuatro gatos por la calle y un frío que pelaba ya andaba yo con ella bajando la famosa calle Toro en dirección a la Plaza Mayor.

Tanto esta calle como la archiconocida calle Zamora son peatonales, así que salvo algún vehículo municipal o camioneta de reparto mañanero, prácticamente no pasan coches. Toda una tranquilidad cuando vas con una niña que no deja de correr de un lado para otro.

Cuando ya se nos habían agotado los juego habituales (subir escalones y bajarlos, trepar a los banco y luego saltar, escapar del sol que se colaba por entre las callejuelas como si fuéramos vampiros…) no hubo más remedio que recurrir  a los malabarismos. Asi que sin perder el paso, empezamos con los lanzamientos al aire, sentarla en mi mano y hacer equilibrios, trepar hasta mi cuello para luego bajarla al suelo con voltereta…

En eso que de la nada salió un abuelo y me asaltó con un «¡Pero para ya que la vas a romper un brazo!»… y yo que vengo de Madrid, donde la gente no se habla por las calles me quedo como alucinado.

Lo que el señor aprovechó para continuar con su argumento, mirándome fijamente: «… que te vengo observando desde lo lejos ¡y ya la has lanzado cuatro veces! ¡Para ya hombre con la pobre criatura!». Creo que el señor no tenía bastón pero si lo hubiera tenido estoy seguro que en ese momento ya habría empezado a apuntarme con él.

Mi hija a todo eso gritándome «¡más! ¡más!»… ajena al hecho de que aquel señor, al que por cierto su padre le sacaba una cabeza, era la razón por la que el juego se había pausado.

Pero bueno, finalmente reaccioné y le dije al señor «Oiga, ¡que mi hija es equilibrista!»… intentando recurrir al humor para zanjar el asunto. Pero eso no convenció al preocupado transeúnte, y me siguió insistiendo en que le iba a romper algo, por inconsciente.

Sabía que aquel ciudadano no cejaría, así que utilicé un argumento que sabía que no podía fallar: «Pero… ¡yo soy médico ortopedista!», con buenas maneras pero con un secundario tono de indignación no personal… sino profesional. Bola, set y partido. Le dejé totalmente descolocado, fuera de juego… murmuró algo, apretó el paso y desapareció.

Mi hija y yo seguimos con lo nuestro, mientras me preguntaba en mi interior: ¿ortopedistas u ortopédico?… tal vez tenía que haber dicho médico traumatólogo.

Más allá de la anécdota, respeto mucho a estas personas que regañan a desconocidos en plena calle, con total sinceridad… no es que vaya a hacerles caso cuando no tienen razón, pero veo un cierto idealismo en su actitud, una protección desinteresada del bien común.

Así que brindo por ellos, por los que regañan a los que no recogen las cacas de los perros o tiran papeles por las calles o dañan el mobiliario urbano… y se meten donde nadie les llama. No sé si el mundo sería un lugar mejor con más personas como ellas, pero estoy seguro que sería un lugar peor si no existieran.


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Comentarios

4 respuestas a «Un brindis por los señores que te regañan en plena calle»

  1. Mª José Mesas

    Ya se te había olvidado el estilo provinciano……

    1. jaja… por suerte mis recuerdos albaceteños vinieron a mi rescate

  2. jajaja… muy gracioso…
    En Navarra todo el mundo opina sobre todo… así que cada vez que te montas en el autobús, te paras en una tienda o estás haciendo lo que sea… recibes la opinión de todos los que están alrededor.
    Un día en el autobús mi hijo de 3 años y medio estaba haciendo equilibrios de pie agarrándose a la barandilla y mi hija de 2 estaba en la silleta gritando: ¡¡bajar!!
    Yo le explicaba: «No te puedo bajar porque llegamos pronto y no puedo bajar del autobús una silleta y dos niños andando».
    Bueno, pues la señora de al lado dice: » ¡Qué pobre!» (por mi hija)
    Y la del otro lado le contesta: «Pobre la madre que está aguantando el numerito».

    Lo cierto es que la solidaridad de la segunda mujer me alivió y le devolví una sonrisa y un «gracias».

    A todo ésto, puedes imaginarte todo el autobús mirando… Navarra… Somos así… 🙂

    1. Fernando Plaza

      jajaja… va a ser que Navarra y Salamanca tienen mucho en común… mejor eso que ser una de esas ciudades en donde te caes al suelo de un sartenazo y nadie te echa una mano porque creen que estás loco.

      Gracias por compartir tu historia