De cuando el abuelo moría en casa y los niños eran bienvenidos en todas partes

Mi yayo, porque yo siempre he tenido yayos por parte de padre y abuelos por parte de madre, murió de cáncer en nuestra casa de Albacete después de una larga enfermedad donde se fue apagando progresivamente como una velita. Recuerdo que aquel día yo que tendría unos diez años estaba jugando con mi Spectrum cuando escuché un ruido extraño en la habitación de al lado, fui a donde mi abuelo vegetaba -a esas alturas ya llevaba bastante tiempo viviendo entre la inconsciencia y la tinieblas- y después me dirigí al salón donde interrumpí con un solemne:

– Papá, creo que el yayo no respira.

Mis hermanas mayores y yo nos quedamos en el salón y todos los demás fueron corriendo a ver qué pasaba. Escuché que mi padre gritaba «¡Jose María! ¡Jose María!» y me contaron que mi abuelo en su último aliento abrió los ojos y vio a su mujer y a sus tres hijos… y después falleció. Toda una suerte para él, teniendo en cuenta que mis tíos estaban sólo de visita porque vivían en Madrid… quién sabe, a lo mejor no fue suerte y simplemente mi yayo que siempre fue un hombre muy práctico pensó que ese era el mejor momento de dejar su tema finiquitado.

Recuerdo que a mi al principio me entró la risa tonta y que después lloré «porque a mi abuelo ya no le latía el corazón»… no tiene mucho sentido, pero el caso es que allí estaba mi yayo muerto a dos metros de mi cuarto.

A partir de ahí todo fueron anécdotas y situaciones absurdas.

El primero de muchos en en llegar fue el portero con su mono azul, se veía que dominaba el tema porque empezó con que si que había que ponerle un espejo debajo de la nariz para ver si respiraba y luego se creció con un: «para que no se quede con la boca abierta lo suyo sería coserla». Al final el tema de la dichosa boca se remedió con un simple pañuelo como el que le ponen en los cómics a los que les duelen las muelas y el rigor mortis hizo el resto.

Todo eso debió ocurrir a primera hora de la mañana porque recuerdo que mi amigo Pablo ese día estaba invitado a comer arroz a la cubana, se habló de anularlo pero al final mi padre dijo «¡no hombre que venga!».

Cuando llegó a casa Pablo todo formal le dio el pésame a mi padre y yo le dije «vente que te voy a enseñar a mi abuelo muerto» y evidentemente el dijo que «no»… pero yo insistí y le abrí la puerta de la habitación de sopetón… y no vio nada, porque a mi abuelo ya se lo habían llevado tres pisos más arriba a su casa, donde creo que le velamos.

Total que fuimos a comer y mi yaya, recién viuda, en cuanto le sirvieron el plato sollozó «yo no puedo comer…» y mi padre le dijo «Matilde, no te fuerces… tú come lo que puedas y lo que no quieras lo dejas«… y el caso es que luego empezó y empezó… y al final en el plato no quedo nada. Hay que aclarar que era ciega y que no podía calcular si se estaba dejando mucho o poco en aquel plato… y también decir que la pobre mujer tenía la costumbre de sólo hacer una comida al día y el resto subsistir a base de cafés y algún caramelo, así que tampoco era cuestión de quedarse sin energía con todo lo que quedaba por delante en aquel día.

Después poco más… recuerdo que ya en casa de mis abuelos, el improvisado velatorio, mi hermana le pregunto a mi madre si el yayo estaba ya frío y mi madre le tocó la frente y después yo lo hice yo, por eso de poder decir que había tocado un muerto. Creo mi hermana mayor que siempre ha sido muy espléndida le dio un beso y todo, yo no llegué a tanto.

Todo lo escrito me salió de la mente del tirón y lo recuerdo como algo anecdótico, sin ningún tipo de trauma, la transición de mi yayo desde la vida, hasta la muerte, pasando por la enfermedad… es un todo coherente que viví con mucha naturalidad pese a ser pequeño.

¿Y esto a cuento de qué viene? Pues porque creo que antes la «muerte» estaba más presente en nuestras vidas y eso nos ayudaba a todos a entenderla mucho mejor, a encajarla en nuestra realidad. Lo mío fue una experiencia muy light comparado con lo que otros viven… pero mucho más intensa de lo que otros muchos viven, de lo que yo mismo he vivido con posterioridad en la muerte de mis abuelas sin ir más lejos.

La muerte se ha extirpado de nuestro día a día, tal vez para que vivamos con menos preocupaciones y que gastemos como si no existiera el mañana, tal vez simplemente por una cuestión práctica.

El caso es que me parece algo antinatural, como los restaurantes o los hoteles «libres de niños» que tanto nos indignan a los padres. Es como si se estuvieran intentando eliminar el alfa y el omega del ciclo de nuetra vida… y dejar a todos los adultos por ahí flotando en el limbo y quemando VISA. ¿Exactamente de qué intentan proteger a sus clientes estos establecimientos? ¿qué es eso tan horrible de lo que esos clientes quieren escapar?

Ohh mira, está llorando… ¡qué fastidio nunca conseguiré terminar de escribir este Whatsapp! Yo nunca lloré, ni molesté, ni tuve mocos, ni correteaba, ni tosía cuando era un bebé… yo me generé espontáneamente de la nada y cuando muera tampoco os enteraréis porque será un visto y no visto: flush, flash y a otra cosa mariposa.

Lo próximo serán los hoteles sin gente mayor, porque a nadie le gusta ver a abuelos en bañador, ni el «olor a guardado» (como decía Poncho «¡todos esos viejos robando oxígeno!»)… y ya puestos, ¿qué tal un hotel exclusivo para gente guapa? chicos con tableta, mujeres de bandera…

Oh humaniy!  Pero no ves que no, que por ahí no se va a ningún lado.


Publicado

en

por

Etiquetas:

Comentarios

8 respuestas a «De cuando el abuelo moría en casa y los niños eran bienvenidos en todas partes»

  1. Sabela

    Una amiga mía ha escrito un libro infantil (este:http://www.xerais.es/libro.php?id=3591495) que se centra en el tema de la muerte y a los niños les encanta. Algo estamos haciendo mal si no normalizamos la normalidad. Saludos!

  2. Monikqa77

    tienes toda la razón….. «hoteles y restaurantes libres de niños»…. ni que ellos no lo hubieran sido…
    También es verdad que hoy en día la oferta es tanta que supongo que tanto restaurantes como cualquier tipo de servicio tienen que buscar diferenciarse por algo… aunque a los que somos padres nos toca la moral que en un sitio no te dejen entrar por ir con niños (ni que fueran perros) siempre hay sitos «amigos de los niños» a los que podemos ir y muchos otros sitios, los de toda la vida que no son ni una cosa ni la otra y donde siempre habrá quien te mire mal si tu hija berrea pero también quien te eche una sonrisa y le diga a tu pequeña cualquier monería (aunque esto tb daría para otro tema).
    De todos modos, estoy totalmente de acuerdo contigo y como en otras muchas más cosas la gente a la que tanto molestan los niños debería darse cuenta de que esos niños son el futuro, el nuestro, el suyo y el de todos….

    1. Fernando Plaza

      tu opinión es bastante más equilibrada (y acertada) que mi post Monikqa77, realmente no se si he mezclado dos cosas que no tienen nada que ver 🙂

      1. Monikqa77

        Bueno, realmente es que me he centrado yo más en la ultima parte del post, pq es un tema que me escama bastante… y creo que todo está relacionado al fin y al cabo. Además eso es algo que me gusta de tu blog porque hablas con mucha naturalidad, como si estuvieras teniendo una conversación con amigos y de una cosa enlazas con la otra 🙂

  3. María José

    ¡No me imaginaba que recordaras tantas cosas!

  4. Maria

    Buscan tranquilidad; creo que a menudo pasa que algunos niños de ahora no se comportan en sitios públicos como antes, porque muchos padres explican la mala educación o la falta de ella con un «son niños».

  5. Pequeño Rockanroll Tienda

    Tienes toda la razón. La muerte ahora no se vive así. No hay velatorios en casa. Oh, wait! Tampoco hay casas de 3 pisos para una familia sola. La verdad es que me has dejado pensativa…

    1. jaja… pero la casa no era toda nuestra, era un edificio de vecinos, nosotros viviamos en el piso 14A y mis abuelos en el 16B

      uhhhmmm, me pregunto si subirian a mi abuelo muerto por el ascensor o por las escaleras