Si fueras capaz de reconocer tus «carencias» serías el hombre más poderoso del mundo. Pero no es fácil identificarlas, es como si estuvieras cocinando una salsa y sabes que le falta algo, pero no sabes qué… no es sal, ya le has echado… tal vez un poco de azúcar… ¿y si pruebo con un poco de polvo de ajo?… a lo mejor es un ingrediente que ni siquiera tienes en casa.
Así a veces nos encontramos añadiendo o deseando cosas en nuestra vida que probablemente no son las que necesitamos: más amigos? una tele más grande? más sexo? estar más en forma? pasar más tiempo sólo? socializarme más? plantearme nuevos retos? vivir más tranquilo? más hijos? más espiritualidad? leer más?
Nos falta algo.
Por suerte con el tiempo vas aprendido donde «eso» no está. Los falsos dioses y profetas. Sabes que no está en las cosas, porque no es nada material. Sabes que no está en las mujeres, porque no es humano. Ni siquiera en los ojos de tus hijos por muy enamorado que estés de ellos. No está en los templos, no lo encontrarás en ningún viaje, ni en una de esas conversaciones infinitas sobre lo divino y lo humano que tanto echas de menos.
Está en el mundo de los dragones, en la realidad que subyace debajo de lo que podemos tocar. Es el calor del sol en un día frío, la luz que se filtra por tus párpados, los dedos de tu madre acariciando tu pelo de pequeño cuando dormías la siesta, eso que sientes escuchando esa canción… lo tienes en tu mano, crees que lo puede agarrar, pero se escapa entre tus dedos.
Tal vez no nos falta, simplemente no siempre está con nosotros.