Te perdono, yo soy libre y tú eres libre

Últimamente vengo trabajando en el libro Life Visioning de Michael Beckwith un «Proceso de transformación para activar tus dones y alcanzar tu mayor potencial».

Un libro que nos habla de las distintas fases que se han de recorrer para progresivamente abandonar tu viejo yo y comenzar tu transformación hacia una versión mejorada de ti mismo.

Para ir consolidando las distintas fases uno debe trabajar sobre ellas, no es algo que simplemente se lea y ocurra mágicamente; además independientemente del trabajo que uno ponga en ello, uno sólo avanza de estadio cuando le llega el momento… no es algo que se pueda controlar por completo.

El punto del partida desde donde empezamos la mayoría es el «Estado de conciencia de Víctima» que se resume en que aun proyectamos la culpa de nuestra realidad en el exterior, ya sea en tus padres, en las familia en la que has nacido, en el azar, la mala suerte, el horóscopo, en tu personalidad, tu educación, tu nivel de salud, tu ADN…

Sinceramente al leer sobre ello y ver videos dónde lo explica con más detalle pensé que este estadio lo tenía superado ya que desde que leí sobre el triángulo dramático de Karpman allá por el 2004, me he pasado la vida cuidándome de no adoptar mi papel favorito (el de «rescatador») con todas las «víctimas» errantes de este mundo encarnadas en mujeres atractivas.

Cuál sería mi sorpresa descubrir al trabajar sobre este capítulo que en lo más recóndito de mi ser se esconde también una víctima que deposita en otros la responsabilidad de su propia felicidad y busca excusas externas como causa de sus limitaciones.

El objetivo de todo este trabajo es dejar el estado de víctima atrás y pasar a responsabilizarte de tu vida y destino plenamente. Para poder despegar hacia un nivel superior necesitamos dejar atrás los sentimientos de rencor, resentimiento o decepción que nos anclan a ciertas personas: por eso uno de los ejercicios consiste en escribir la lista de personas que te han hecho daño a lo largo de tu vida, sorprendentemente mi lista se extiende bastante hasta cerca de una docena.

Una vez completada la lista de nombres vas pronunciando afirmaciones de perdón hacia cada una de ellas para irte desprendiendo de esa carga. Mientras recorría mi lista de archienemigos me di cuenta de un patrón que cumplían muchas de estas personas, en cierta manera me di cuenta de que no es que tenga una docena de conflictos distintos es que siempre tengo los mismos conflictos pero con distintos personajes.

Es como si tuviera que aprobar un examen de Matemáticas y Química, me presento, suspendo y vuelvo a presentarme pasados unos años pero con un profesor diferente: ¡pero la asignatura es la misma! Yo soy el que suspendo y como esos alumnos inmaduros de Instituto grito al cielo diciendo: ¡la culpa es de X que me ha cateado!

Si analizo a esos «profesores» que me vuelven a poner a prueba cada cierto tiempo pero que no dejan de ser simples figurantes interpretando un papel que les ha sido asignado compruebo que:

  • son personas que admiro por sus cualidades.
  • cualidades que yo no encuentro en mi y no considero a mi alcance.
  • me pongo a su servicio para estar cerca de ellas y de «su magia».
  • las sigo y sirvo incondicionalmente.
  • me entrego completamente, hago míos sus problemas y pongo sus necesidades por delante de las mías.

Y cómo podéis imaginar la historia no termina muy bien.

¿Será verdad que la vida nos pone una y otra vez delante de la misma piedra en el camino hasta que aprendemos la lección?


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