– No sé que intentas decirme… ¿cual es la conclusión de todo esto? ¿qué ahora eres un romántico?
– Tal vez sí… ¿y qué tiene eso de malo? Pronuncias esa palabra como si se tratara de una arcada.
– Buff, qué quieres que te diga… no tenemos 13 años que digamos, además que tú eres ingeniero.
– ¿Ahora resulta que los ingenieros no podemos ser románticos? ¿Qué tendría que ser… artista, músico, diseñador gráfico?
– Tú puedes ser lo que te de la gana… pero me siento más cómoda si los puentes que cruzo no están hechos por «ingenieros románticos». No entiendo esa necesidad que tiene todo el mundo de ser tan especial, por qué no podemos simplemente ser quién somos, no todo gira entorno a nuestro ombligo.
– Yo nunca he hecho un puente…
– A eso precisamente me refiero… no todo el mundo tiene que hacer «algo». Si todos los ingenieros tuvierais que hacer un puente no quedarían ríos que cruzar. Tendríamos que estar demoliendo y construyendo para daros la oportunidad a todos de sentiros especiales.
– ¿Pero qué narices quieres decir con eso? ¿cómo ha terminado la conversación en este absurdo? Me fastidia cuando hablas de mí con esa condescendencia, parece que fueras mi madre, que me hubieras parido. No me conoces tanto, no me conozco ni yo… y mucho menos mi madre.
– No te conoceré pero sé que el camarero te va a traer la tostada que has pedido y que como la mermelada no sea de fresa vas a pedir que te la cambie.
– ¿Quién eres ahora? ¿Nostradamus? ¿Qué narices tiene que ver eso con mi forma de ser? Parece que te sintieras poderosa recordándome mis manías…
– No, solo que ya nos conocemos, como para que ahora me vengas con que eres un «romántico». Chico, la crisis de los cuarenta te está sentando fatal…
– Gracias, yo también te quiero… siento ser un libro abierto para ti. A partir de ahora no hablaré, solo dejaré que los acontecimientos fluyan en el orden adecuado y preestablecido por ti, permaneceré en silencio viendo cómo se cumplen todas tus predicciones…
– No te pongas pasivo agresivo que no te pega nada.
– ¡Ves! Otra vez lo haces.
–¿El qué? ¿qué he hecho ahora?
–Decirme cómo debo ser, lo que me pega o no me pega, recordándome mi edad a cada momento, la edad que tengo la que ya no tengo, mi profesión… hasta a mi madre. ¿No ves que me asfixia… que no lo aguanto? ¡Me ahogo! Contigo no hay evolución, no hay cambio posible… no hay margen para reinventarse. Me reflejo en tu mirada… ¿y sabes lo que veo? Nada, absolutamente nada… en eso me he convertido.
– En una nada romántica…
– Sí, tú riete. ¿Sabes lo que estuve haciendo anoche?
– Menos dormir…
– Estuve releyendo mis propios e-mails de hace diez años, cientos de correos… ¿y sabes lo que pensé? Qué entonces sí que los tenía bien puestos, no tenía nada pero no me importaba… ¿dónde está esa persona?
–¿Y por qué me lo preguntas a mí? Hace diez años ni siquiera te conocía… parece que tenga yo la culpa de que hayas dejado de ser la persona que eras o que no te conviertas en quien quieras ser. Yo ya no me entero, he perdido la cuenta de lo que toca hoy… y tampoco sé qué papel jugamos en esto ni yo ni la pobre de tu madre. Qué digo la pobre tu madre, pobre yo… ¿no podemos hablar de cosas normales? Me estás poniendo la cabeza como un bombo y solo estamos a martes.
– …
–Podía ser peor, podía ser lunes y yo ya con esta migraña…. Mira… ¡por fin tu tostada!
-Mierda… melocotón. ¡Disculpa! ¿no tendrías de fresa?